Friday, November 14, 2014

La mejor música del mundo

    Hay experiencias en la vida que nos marcan para siempre o al menos nos disipan alguna duda acumulada durante un tiempo considerable, en el mejor de los casos; en el peor nos pueden echar abajo todo una muralla de conceptos que hayamos creado, en torno a algo, ya sea de forma consciente o inconsciente.




Esto último fue lo que realmente me pasó cuando tuve la oportunidad de presenciar – ¿disfrutar?, ¿descubrir?, ¿entender?… – la Ópera de Pekín (¿Beijing?) hace unos años en el Teatro García Lorca. Ese fue el preciso momento en el cual comencé a entender que el significado y/o la importancia de la música – de cualquier época, región o género – está siempre en dependencia de su entorno socio-cultural y por ende económico, político, etc., etc. Eso, seguro.

La verdad es que no recuerdo haber tenido en mi vida – hasta hoy – una vivencia tan impactante como espectador ante una manifestación artística. No exagero al asegurar que fue una suerte de “shock cultural” ante algo totalmente desconocido. Nada de lo que estaba escuchando – incluso de lo que estaba viendo, específicamente en cuanto a movimiento escénico, vestuario, concepto escenográfico, etc. – guardaba relación con todo lo que había ido acumulando culturalmente – en especial, musicalmente – en mi consciencia, desde mi infancia.

Los instrumentos musicales autóctonos de su tradición milenaria, la manera de concebir el arte de los sonidos en una, muy singular conceptualización – y por ende utilización – de parámetros como melodía, armonía, timbre, ritmo, etc., fueron para mi verdaderamente alucinantes. A todo ello habría que añadir el tratamiento de la voz y su respectiva interpretación en escena. Ese micro-mundo – que bien podría ser definido como “macro” – diferente, autónomo, especialmente original y único, fue para mí – y creo que para todos los que estábamos en el público ese día – totalmente revelador.

Entonces comprendí algo que a partir de esa experiencia defiendo siempre “a capa y espada” y que me ha llevado en más de una ocasión a encendidas polémicas con familiares, amigos, colegas, conocidos ocasionales, alumnos, músicos, compañeros de trabajo, etc., etc.

Ninguna música tiene valor absoluto, repito NINGUNA, en mi opinión, of course. Ni la 9na Sinfonía de Beethoven, ni la Pasión según San Mateo de Bach, ni el Requiem de Mozart, ni el Expression de Coltrane, ni el Köln Concert de Keith Jarret, ni La Comparsa de Lecuona, ni Contigo en la Distancia de Portillo de la Luz, ni El Día que me quieras de Gardel, ni Construcción de Chico Buarque. La mejor música del mundo no existe y es solo una fantasía muy personal que cada uno de nosotros sostiene y maneja a su antojo.

Todo depende de los valores culturales sedimentados en el escenario socio-político-económico en el que se manifiesten dichas obras y de la continuidad cultural que le den los círculos de poder de turno y que no tienen que ser necesariamente políticos. A veces una cierta farándula de moda – que lidera lo que debe ser “lo último y más reciente” en cada espacio geográfico, controlando los medios de comunicación e identificados en ocasiones como tribus de la fauna urbana – puede imponer valores y gustos que el resto sigue como corderos. “Es humano”, volviendo a citar en este blog al bolerista cubano Héctor Tellez.

Sé que muchos pensarán que lo que he planteado no es nada nuevo – ¡por supuesto que no! – y que ya TODOS lo sabíamos, pero también es verdad que a TODOS se nos olvida muy rápido cuando vamos a dar una opinión o criterio acerca de la música o el arte, en general. Y recordarlo de vez en cuando no esta de más… ¿no?

Acerca del Autor
Archi AlpizarFernando (Archi) Rodríguez Alpízar es compositor, pianista, arreglista y profesor. Licenciado en Música. Nació en Matanzas, Cuba.

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